Para educar en la verdad es necesario saber sobre todo quién es la persona humana, conocer su naturaleza.
«Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para que de él te cuides?» (Sal 8,4-5).
¿Quién es el hombre?
El hombre es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad –no parcial, sino capaz de explicar el sentido de la vida– porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Así pues, reconocer con gratitud la vida como un don inestimable lleva a descubrir la propia dignidad profunda y la inviolabilidad de toda persona. Por eso, la primera educación consiste en aprender a reconocer en el hombre la imagen del Creador y, por consiguiente, a tener un profundo respeto por cada ser humano y ayudar a los otros a llevar una vida conforme a esta altísima dignidad. Nunca podemos olvidar que «el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones», incluida la trascen-dente, y que no se puede sacrificar a la persona para obtener un bien particular, ya sea económico o social, individual o colectivo.
DEL MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA XLV JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1. Primera clave: el sacramento del Matrimonio es un camino para la unión con Dios. 2. Segunda clave: el amor de Jesucristo. 3. Tercera clave: la comunicación. 4. Cuarta clave: la donación dentro de la familia. 5. Quinta clave: la familia extensa. 6. Sexta clave: el liderazgo de la maternidad espiritual y de la paternidad espiritual. 7. Séptima clave: Educación Cristocéntrica.
6. Sexta clave: el liderazgo de la maternidad espiritual y de la paternidad espiritual.
No me estoy refiriendo aquí, a la polémica absurda de si en el matrimonio manda el hombre o la mujer. Me refiero a que exista un liderazgo espiritual coherente y coordinado entre el padre y la madre.
¿Qué quiero expresar con el término "liderazgo espiritual de la madre"? Es obvio que el amor carnal nos suele llevar a entregarnos de una forma muy instintiva: "Yo por mis hijos hago lo que sea, si hace falta doy la vida, voy donde sea...". Sí, pero puede ocurrir que esto se compagine con la indiferencia o la omisión hacia los hijos del prójimo, "porque esos ya no son míos". A veces diferenciamos tanto el amor a nuestros hijos del resto de los mortales, que hasta parece que los estamos contraponiendo. De este grave error se suelen desprender muchas consecuencias negativas: El amor a los hijos es posesivo. Se les consiente en exceso. Se les saca la cara siempre y de forma incondicional. Se intenta evitar a cualquier precio el sufrimiento y la experiencia de la cruz... Se trata de un "amor maternal muy carnal" que hace mucho daño, porque no ama bien. ¡Qué gran lección puede dar una madre a su hijo cuando le enseña a compartir su amor con el prójimo! ¡Es la mejor lección de justicia que podemos recibir desde pequeños!
Recuerdo haber tenido que llamar la atención a algún niño en la catequesis, en Zumárraga, y encontrarme con la paradoja de que los padres me mirasen con mala cara. Vino la madre a hablar conmigo, y durante la conversación, no terminaba de aceptar que su hijo mereciese ninguna corrección. Hubo un momento en que le dije a la madre: "Oiga, usted y yo estamos en el mismo bando, los dos queremos educar al niño". Pero, por desgracia, el concepto carnal del amor hace que cualquier corrección se perciba como un ataque.
También existe una crisis de "paternidad espiritual". Creo que nuestra cultura, en su reacción contra el machismo, ha pasado de éste a la actitud "acomplejada". La figura del padre está todavía más en crisis que la de la madre. A la madre se le cuestiona mucho menos, pues se caracteriza por sacarnos siempre las "castañas del fuego". Pero claro, el padre se pregunta: "¿Y yo, qué posición tengo en la educación de los hijos?" Existe una crisis de liderazgo espiritual paterna, de transmisión de valores, con el riesgo de que el padre se ausente y delegue totalmente en la mujer la educación de los hijos. De hecho, uno de los modelos que más se repiten es el de una madre súper protectora, con un amor muy posesivo hacia sus hijos, combinado con un padre más bien ausente, lo cual suele derivar en grandes crisis de identidad en los hijos.
1. Primera clave: el sacramento del Matrimonio es un camino para la unión con Dios. 2. Segunda clave: el amor de Jesucristo. 3. Tercera clave: la comunicación. 4. Cuarta clave: la donación dentro de la familia. 5. Quinta clave: la familia extensa. 6. Sexta clave: el liderazgo de la maternidad espiritual y de la paternidad espiritual. 7. Séptima clave: Educación Cristocéntrica.
zenit.org
5. Quinta clave: la familia extensa.
Me quiero referir ahora a los bienes espirituales y morales que se derivan de la familia extensa, contrapuesta a la familia nuclear (que es la reducida al matrimonio y los hijos -si los tienen-). Según ha avanzado la secularización, todos somos conscientes de que, salvo honrosas excepciones, las familias se han ido aislando en su núcleo. Si antes la familia se relacionaba de una forma mucho más amplia (tíos, primos, abuelos, etc), y eran muy frecuentes entre nosotros los grandes encuentros familiares, actualmente, nos hemos ido reduciendo a un concepto de familia mucho más nuclear, lo cual conlleva una gran pobreza y está muy en la línea de esa cultura individualista de la que hablaba al principio. Más todavía, la reducción a la familia nuclear, está muy ligada a un concepto de amor "carnal" (en el sentido de nuestra propia "carne y sangre"): por los propios hijos hacemos lo que sea necesario, pero nos sentimos ajenos a los que no han nacido de nuestra carne y sangre.
Y, fijaos bien, no hay una prueba más auténtica de amor en el matrimonio y en la familia que -por ejemplo- la capacidad de amar a la madre de su cónyuge (la suegra), como si fuese la propia madre. Es decir, el amor espiritual hace que mi suegra sea querida y tratada como mi propia madre. ¡¡Es difícil que el esposo/a perciba una prueba de amor superior a ésta por parte de su cónyuge!! (Lo mismo podríamos decir de las demás relaciones familiares extensas: que la cuñada sea como una hermana para mí, etc., etc.). Dicho de otro modo, cuando el matrimonio goza de una buena salud, los vínculos del amor superan la carne y la sangre, y espiritualizan las relaciones de la familia extensa.
Por desgracia, nos encontramos con muchos matrimonios que viven las relaciones familiares en un nivel muy "carnal": "El mes pasado fuimos a casa de tu madre, ahora ya nos toca con mi familia", etc... Cuando se producen este tipo de discusiones y forcejeos en el seno del matrimonio, es señal de que el amor matrimonial se está viviendo de una forma muy egoísta (desde la propia carne y sangre). Es una señal de que algo está fallando; de forma que, en el mejor de los casos, suele optarse por un "pacto de egoísmos", en el que se reducen las relaciones con la familia extensa, o se reparten entre "los míos" y "los tuyos".
El reto de espiritualizar el amor matrimonial, abriéndose y enriqueciéndose con la familia extensa, no deja de ser un cumplimiento de aquellas palabras del Génesis: "Ya no serán dos, sino una sola carne". Solamente en esa unión de corazones se puede vivir la familia extensa como un gran regalo: "Tu padre es también el mío, mi madre es la tuya, y tu hermano es el mío".
Con respecto a los abuelos, quisiera hacer una mención aparte, por el gran apoyo que están suponiendo en este momento a las familias. En mi opinión existen dos riesgos opuestos: Por una parte, el riesgo de que el apoyo que se pide a los abuelos sea excesivo; un "escaquearse" de lo que nosotros debiéramos aportar a los hijos. Por ejemplo, cuando la formación religiosa se apoya exclusivamente en los abuelos, aunque al principio parezca algo sin consecuencias, al cabo de un tiempo suscitará la crisis en los niños, quienes terminarán por decir: "Esto de la fe debe ser cosa de viejos, porque el aita y la ama se dedican a las cosas verdaderas de la vida: ganar dinero, etc". Los ojos de los niños son una auténtica cámara grabadora que todo lo capta. Por el contrario, también se da el peligro de signo contrario: cuando existen malas relaciones con la familia extensa, los niños suelen estar condenados a perder la riqueza educacional de los abuelos. No hace mucho, me decía una abuela que había ido a visitar a su nieto mientras la nuera estaba trabajando; y que la nuera le había dicho a su hijo: "Dile a tu madre que aquí no entra si nosotros no estamos, y además nos tiene que avisar de que va a venir". Me lo decía llorando.
6. Sexta clave: el liderazgo de la maternidad espiritual y de la paternidad espiritual.
no se conformen con menos que la Verdad y el Amor,
no se conformen con menos que Cristo.
Vigilia de oración con los jóvenes en Cuatro Vientos
Benedicto XVI
Sábado, 20 de Agosto de 2011 20:30
madrid11.com
Queridos amigos:
Les saludo a todos, pero en particular a los jóvenes que me han formulado sus preguntas, y les agradezco la sinceridad con que han planteado sus inquietudes, que expresan en cierto modo el anhelo de todos ustedes por alcanzar algo grande en la vida, algo que les dé plenitud y felicidad.
Pero, ¿cómo puede un joven ser fiel a la fe cristiana y seguir aspirando a grandes ideales en la sociedad actual? En el evangelio que hemos escuchado, Jesús nos da una respuesta a esta importante cuestión: «Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor» (Jn 15, 9).
Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios.
Si permanecen en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontrarán, aun en medio de contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría. La fe no se opone a sus ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona. Queridos jóvenes, no se conformen con menos que la Verdad y el Amor, no se conformen con menos que Cristo.
Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él, que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren. Estos, a su vez, unidos a la pasión de Cristo, participan muy de cerca en su obra de redención. Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y postergados, siempre será un testimonio humilde y callado del rostro compasivo de Dios.
Queridos amigos, que ninguna adversidad los paralice. No tengan miedo al mundo, ni al futuro, ni a su debilidad. El Señor les ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a su fe siga resonando su Nombre en toda la tierra.
En esta vigilia de oración, les invito a pedir a Dios que les ayude a descubrir su vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga.
A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gn 2, 24), se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa ser conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial.
A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: «¡Sígueme!» (cf. Mc 2,14).
Queridos jóvenes, para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a la que el Señor los llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones o pesares? Santa Teresa de Jesús decía que la oración es «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (cf. Libro de la vida, 8).
Les invito, pues, a permanecer ahora en la adoración a Cristo, realmente presente en la Eucaristía. A dialogar con Él, a poner ante Él sus preguntas y a escucharlo. Queridos amigos, yo rezo por ustedes con toda el alma. Les suplico que recen también por mí. Pidámosle al Señor en esta noche que, atraídos por la belleza de su amor, vivamos siempre fielmente como discípulos suyos. Amén.
Hoy en día la desconfianza llega desde todas partes y, con mucha confianza, se le empieza a hacer caso.
Hay quienes la invitan a tomar té con galletas. Recuerdo, hace un año, qué día tan en grande nos pasamos: ella y yo. Tomamos una, dos, tres, o no sé cuántas tazas de té; comimos pastas y bebimos tiempo; pero, como si fuéramos grandes amigos, en ambiente de plena confianza a la desconfianza.
Por la noche me sentí enfermo, no encontraba la paz. Recordé entonces que lo mismo ocurría cuando, a las altas horas de la noche, alguien me invitaba a cenar. Así, de noche, porque tenemos plena confianza uno y otro; y es entonces, cuando más desconfianza siento por las cenas de gala.
Entre calambres e insomnio me arrepentí del monto de confianza a la desconfianza. Ahora me doy cuenta que la desconfianza me afecta.
Así es entre personas de gran confianza, a lo largo del tiempo acude la expresión: no desconfíes... y es cuando más confianza se le da a la desconfianza pero, también, cuando más resultados adversos acuden a tu mente.
Ande... no desconfíe... pregunte... qué puede perder?
Siete claves del matrimonio
y de la familia cristiana
Pues bien, la vocación familiar es muy sanadora del egocentrismo. Tiene una capacidad muy grande de hacer de nuestra vida una donación generosa para los demás. Y, además, de una forma en la que uno ni tan siquiera se percata de su propia generosidad. En la familia, uno es capaz de hacer cosas heroicas, que si tuviera que hacerlas para los de fuera de casa, sería considerado como un "santo de canonizar"...
Mons. José Ignacio Munilla
ZENIT.org
1. Primera clave: el sacramento del Matrimonio es un camino para la unión con Dios. 2. Segunda clave: el amor de Jesucristo. 3. Tercera clave: la comunicación.
4. Cuarta clave: la donación dentro de la familia.
La familia está pensada como un instrumento privilegiado para llevar a cabo esa llamada que Dios nos ha dirigido a todos los seres humanos, de emplear "a tope" los talentos que cada uno hemos recibido, sin enterrarlos ni esconderlos. Jesús dice en el Evangelio: "El que busque su vida para sí la perderá, y el que la pierda por mí la encontrará". Pues bien, el matrimonio y la familia son un camino privilegiado para vivir esta palabra de Cristo.
Ahora bien, está claro que el nivel de donación, dentro de la familia, puede ser más grande o más pequeño. El motor puede estar a más o a menos revoluciones. Y por ello conviene hacer una revisión de la "salud" y de la "calidad" de este "motor de la vida".
Por ejemplo supongan –quienes están casados- que no se hubieran casado... ¿Qué sería de ustedes si no hubieran formado una familia, si su proyecto de vida fuese solitario? Soy consciente de que la pregunta tiene algo de ciencia ficción, pero me atrevería a decirles que habría muchas posibilidades de que fueran más egoístas y menos santos de lo que son actualmente. Existiría un notable riesgo de que todo girase en torno al bienestar personal, a la llamada "calidad de vida", a sentirse cómodos...
Pues bien, la vocación familiar es muy sanadora del egocentrismo. Tiene una capacidad muy grande de hacer de nuestra vida una donación generosa para los demás. Y, además, de una forma en la que uno ni tan siquiera se percata de su propia generosidad. En la familia, uno es capaz de hacer cosas heroicas, que si tuviera que hacerlas para los de fuera de casa, sería considerado como un "santo de canonizar"... Por ejemplo, sería incuantificable si hubiese que "facturar" las horas extras, nocturnidad, riesgos, etc, que se dedican a lo largo de un año, en el seno de la familia. ¡Nos enfrentaríamos ante una factura imposible de abonar! Y, sin embargo, esto tiene lugar dentro de la familia de una forma cuasi espontánea -aunque a veces hay que reconocer que también cuesta-. Dios nos da el don de hacerlo como si no nos estuviese costando. Aquí también se cumple de alguna forma la frase evangélica: "Que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda". La vocación matrimonial nos preserva en gran medida de los egocentrismos, de estar toda nuestra existencia mirándonos al ombligo; nos da una gran capacidad de sacrificio, y nos empuja a dar lo mejor de nosotros mismos. Se trata de la mejor terapia para la sanación del narcisismo, tanto para los mayores como para los pequeños. De hecho, los hijos que crecen con la experiencia de vivir y compartirlo todo en familia (de forma especial cuando ésta es numerosa), son fácilmente preservados del egocentrismo.
Ocurre que en la medida en que ha avanzado la crisis de la secularización, también se ha relajado en el seno de la familia el nivel de la entrega generosa. Pongamos otro ejemplo: con frecuencia se oye a quienes deciden casarse: "Nosotros ahora queremos disfrutar de la vida, más adelante ya tendremos hijos"... Les escuchas y piensas en tu interior: "Madre mía, ¿posponer los hijos para disfrutar de la vida?"... Si yo fuera su hijo, todavía en el seno de Dios, les gritaría diciendo, "¡Madre mía!, no me traigas al mundo, que no quiero amargarte la vida". En fin, permítanme esta ironía... Nosotros hemos conocido unos padres en los que el concepto de felicidad casi se identificaban con el de entrega: absolutamente olvidados de sí mismos y absolutamente felices; y más felices cuanto más olvidados.
Por eso la secularización ha conllevado una menor generosidad de entrega en el matrimonio, de entrega a los hijos. La crisis de natalidad que tiene Occidente, es una crisis muy compleja, ciertamente, con muchos factores. Pero no sólo tiene factores y motivos coyunturales. También tiene razones morales y espirituales. La crisis de natalidad, el hecho de que Guipuzcoa (en España) tenga un índice de natalidad de 1,1 -lejísimos del 2,3-2,4 necesario para el relevo generacional-, obviamente, tiene también raíces morales y espirituales. Claro que puede haber factores externos en la disminución de la natalidad como las crisis económicas, pero paradójicamente, cuando la economía ha sido pujante, el índice de natalidad ha subido poquísimo, incluso a veces hasta ha bajado. Se trata pues, de una crisis espiritual en nuestra cultura. Es obvio que la paternidad y la maternidad lo piden todo de nosotros y eso choca frontalmente con la menor capacidad de entrega, así como la menor capacidad del olvido de nosotros mismos.
Hasta la próxima. Pregunte y se le contará. cahertal@yahoo.com.mx
...no sólo tenemos que querernos mucho, sino querernos bien. Que no se diga de nosotros lo que afirma el refrán vasco: "Kalean uso eta etxean otso" ("En la calle soy paloma y en casa soy un lobo"). Tengamos en cuenta que la familia no sólo es la "escuela de todas las virtudes", sino también, "el escaparate de todos los defectos".
Siete claves del matrimonio
y de la familia cristiana
Mons. José Ignacio Munilla
ZENIT.org
1. Primera clave: el sacramento del Matrimonio es un camino para la unión con Dios. 2. Segunda clave: el amor de Jesucristo.
3. Tercera clave: la comunicación.
Nos referimos a la comunicación fluida y profunda dentro del matrimonio. Con frecuencia ocurre que, a pesar de que nos queremos mucho, sin embargo, no sabemos expresarlo; más aún, a veces ocurre que nos queremos mal, de una forma equivocada. ¡No es lo mismo quererse mucho que quererse bien!
Los sacerdotes solemos escuchar frecuentemente las lamentaciones de quienes sienten un sufrimiento grande tras la muerte de un ser querido, por el remordimiento de no haber sabido expresarle suficientemente cuánto le querían: "Yo quería profundamente a mi madre, a mi abuelo, etc, pero nunca se lo he dicho explícitamente, sino que siempre hemos vivido como el perro y el gato, haciéndonos sufrir. No sé muy bien por qué, pero siempre he tenido una dificultad de comunicación en el hogar. Es como si hubiese reservado lo más amargo de mi carácter para los de casa". Es una paradoja bien conocida: reservamos nuestro lado más insufrible para los seres queridos, y en la calle vamos conquistando a la gente, haciéndonos los simpáticos. Como suponemos que los de casa ya están conquistados, ahí no nos esforzamos nada. ¡Es una de esas contradicciones que más nos pueden hacer sufrir!
Hace poco estaba visitando a un enfermo en el hospital, que estaba muy mal, y su mujer me decía que su esposo enfermo no solía querer que nadie se quedase a su lado, excepto su propia mujer. Me decía lo siguiente: "El caso es que a mí me trata a patadas, pero quiere que esté yo junto a él, porque no se va a atrever a tratar así a otro"...¡Somos un misterio difícil de expresar! Pero el mismo refranero refleja esta paradoja: "Donde hay confianza da asco". A pesar de que nos queramos mucho, tenemos dificultades para querernos bien, además de para saber expresarnos lo que sentimos. ¡Saber expresarse bien es todo un arte!
Recuerdo que en el Seminario, entre la filosofía y la teología, se nos invitó a los seminaristas a hacer libremente un curso de espiritualidad. Y dentro de ese curso se abordó algo tan delicado como el aprender a expresar lo que pensábamos unos de los otros, intentando decirlo sin ofendernos, con plena objetividad y con el deseo de ayudarnos. El experimento era muy arriesgado, porque si no se abordaba de forma adecuada, podía hacer más mal que bien. Sin embargo, lo recuerdo como uno de los pasos más importantes en mi vida: fue una verdadera educación en la comunicación y en el aprendizaje de la expresión de nuestros sentimientos y convicciones. Pues bien, en este terreno también existe una gran dificultad en la vida familiar, hasta el punto de ser una de las principales causas de las crisis y de las rupturas: la dificultad en la comunicación.
Esta dificultad, combinada con el orgullo, resulta ser una especie de "bomba", porque el orgullo dificulta mucho más las cosas. ¡El orgullo es la tumba de muchos matrimonios! En nuestra Diócesis tenemos el Centro de Orientación Familiar que trata a muchas parejas. Tiene una gran demanda, -gracias a Dios, hay parejas que quieren afrontar los problemas, sin limitarse a padecerlos- y la mayor parte de los casos que se atienden son por dificultades en la comunicación.
Por lo tanto, no sólo tenemos que querernos mucho, sino querernos bien. Que no se diga de nosotros lo que afirma el refrán vasco: "Kalean uso eta etxean otso" ("En la calle soy paloma y en casa soy un lobo"). Tengamos en cuenta que la familia no sólo es la "escuela de todas las virtudes", sino también, "el escaparate de todos los defectos".
Por ello, el mayor regalo que podemos hacer a la familia es la propia conversión. Es el mayor regalo que le puede hacer un padre a un hijo, un esposo a una esposa, unos hijos a una madre, etc. ¡He aquí el mayor regalo!: Ofrecer por la familia la firme decisión y el empeño de la conversión personal.
4. Cuarta clave: la donación dentro de la familia. 5. Quinta clave: la familia extensa.6. Sexta clave: el liderazgo de la maternidad espiritual y de la paternidad espiritual.7. Séptima clave: Educación Cristocéntrica..