1.8.11

Con confianza, no desconfíes...




DESCONFIANZA

Hoy en día la desconfianza llega desde todas partes y, con mucha confianza, se le empieza a hacer caso.

Hay quienes la invitan a tomar té con galletas. Recuerdo, hace un año, qué día tan en grande nos pasamos: ella y yo. Tomamos una, dos, tres, o no sé cuántas tazas de té; comimos pastas y bebimos tiempo; pero, como si fuéramos grandes amigos, en ambiente de plena confianza a la desconfianza.

Por la noche me sentí enfermo, no encontraba la paz. Recordé entonces que lo mismo ocurría cuando, a las altas horas de la noche, alguien me invitaba a cenar. Así, de noche, porque tenemos plena confianza uno y otro; y es entonces, cuando más desconfianza siento por las cenas de gala.

Entre calambres e insomnio me arrepentí del monto de confianza a la desconfianza. Ahora me doy cuenta que la desconfianza me afecta.

Así es entre personas de gran confianza, a lo largo del tiempo acude la expresión: no desconfíes... y es cuando más confianza se le da a la desconfianza pero, también, cuando más resultados adversos acuden a tu mente.

Ande... no desconfíe... pregunte... qué puede perder?







Siete claves del matrimonio
y de la familia cristiana

Pues bien, la vocación familiar es muy sanadora del egocentrismo. Tiene una capacidad muy grande de hacer de nuestra vida una donación generosa para los demás. Y, además, de una forma en la que uno ni tan siquiera se percata de su propia generosidad. En la familia, uno es capaz de hacer cosas heroicas, que si tuviera que hacerlas para los de fuera de casa, sería considerado como un "santo de canonizar"...



Mons. José Ignacio Munilla

ZENIT.org
1. Primera clave: el sacramento del Matrimonio es un camino para la unión con Dios. 2. Segunda clave: el amor de Jesucristo. 3. Tercera clave: la comunicación.



4. Cuarta clave: la donación dentro de la familia.

La familia está pensada como un instrumento privilegiado para llevar a cabo esa llamada que Dios nos ha dirigido a todos los seres humanos, de emplear "a tope" los talentos que cada uno hemos recibido, sin enterrarlos ni esconderlos. Jesús dice en el Evangelio: "El que busque su vida para sí la perderá, y el que la pierda por mí la encontrará". Pues bien, el matrimonio y la familia son un camino privilegiado para vivir esta palabra de Cristo.

Ahora bien, está claro que el nivel de donación, dentro de la familia, puede ser más grande o más pequeño. El motor puede estar a más o a menos revoluciones. Y por ello conviene hacer una revisión de la "salud" y de la "calidad" de este "motor de la vida". 

Por ejemplo supongan –quienes están casados- que no se hubieran casado... ¿Qué sería de ustedes si no hubieran formado una familia, si su proyecto de vida fuese solitario? Soy consciente de que la pregunta tiene algo de ciencia ficción, pero me atrevería a decirles que habría muchas posibilidades de que fueran más egoístas y menos santos de lo que son actualmente. Existiría un notable riesgo de que todo girase en torno al bienestar personal, a la llamada "calidad de vida", a sentirse cómodos... 

Pues bien, la vocación familiar es muy sanadora del egocentrismo. Tiene una capacidad muy grande de hacer de nuestra vida una donación generosa para los demás. Y, además, de una forma en la que uno ni tan siquiera se percata de su propia generosidad. En la familia, uno es capaz de hacer cosas heroicas, que si tuviera que hacerlas para los de fuera de casa, sería considerado como un "santo de canonizar"... Por ejemplo, sería incuantificable si hubiese que "facturar" las horas extras, nocturnidad, riesgos, etc, que se dedican a lo largo de un año, en el seno de la familia. ¡Nos enfrentaríamos ante una factura imposible de abonar! Y, sin embargo, esto tiene lugar dentro de la familia de una forma cuasi espontánea -aunque a veces hay que reconocer que también cuesta-. Dios nos da el don de hacerlo como si no nos estuviese costando. Aquí también se cumple de alguna forma la frase evangélica: "Que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda". La vocación matrimonial nos preserva en gran medida de los egocentrismos, de estar toda nuestra existencia mirándonos al ombligo; nos da una gran capacidad de sacrificio, y nos empuja a dar lo mejor de nosotros mismos. Se trata de la mejor terapia para la sanación del narcisismo, tanto para los mayores como para los pequeños. De hecho, los hijos que crecen con la experiencia de vivir y compartirlo todo en familia (de forma especial cuando ésta es numerosa), son fácilmente preservados del egocentrismo.

Ocurre que en la medida en que ha avanzado la crisis de la secularización, también se ha relajado en el seno de la familia el nivel de la entrega generosa. Pongamos otro ejemplo: con frecuencia se oye a quienes deciden casarse: "Nosotros ahora queremos disfrutar de la vida, más adelante ya tendremos hijos"... Les escuchas y piensas en tu interior: "Madre mía, ¿posponer los hijos para disfrutar de la vida?"... Si yo fuera su hijo, todavía en el seno de Dios, les gritaría diciendo, "¡Madre mía!, no me traigas al mundo, que no quiero amargarte la vida". En fin, permítanme esta ironía... Nosotros hemos conocido unos padres en los que el concepto de felicidad casi se identificaban con el de entrega: absolutamente olvidados de sí mismos y absolutamente felices; y más felices cuanto más olvidados.

Por eso la secularización ha conllevado una menor generosidad de entrega en el matrimonio, de entrega a los hijos. La crisis de natalidad que tiene Occidente, es una crisis muy compleja, ciertamente, con muchos factores. Pero no sólo tiene factores y motivos coyunturales. También tiene razones morales y espirituales. La crisis de natalidad, el hecho de que Guipuzcoa (en España) tenga un índice de natalidad de 1,1 -lejísimos del 2,3-2,4 necesario para el relevo generacional-, obviamente, tiene también raíces morales y espirituales. Claro que puede haber factores externos en la disminución de la natalidad como las crisis económicas, pero paradójicamente, cuando la economía ha sido pujante, el índice de natalidad ha subido poquísimo, incluso a veces hasta ha bajado. Se trata pues, de una crisis espiritual en nuestra cultura. Es obvio que la paternidad y la maternidad lo piden todo de nosotros y eso choca frontalmente con la menor capacidad de entrega, así como la menor capacidad del olvido de nosotros mismos.


 Hasta la próxima. Pregunte y se le contará. cahertal@yahoo.com.mx